—Eso incrementará el precio y sólo admito pago en metálico ¿lo sabes verdad?
—Sí, pagaré, el dinero no es problema, por favor,
hazlo.
Procede despacio, con profesionalidad, dispuesta a que el hombre al que se entrega quede plenamente satisfecho, tratando también de conseguir que el coste final
incluya un plus por superar el tiempo máximo pactado.
“Te voy a sacar hasta el último céntimo”, piensa ella, mientras de reojo se mira en
el espejo satisfecha con el atuendo elegido que la hace parecer una auténtica
puta, una prostituta de película. “No
sé si vas a tener suficiente dinero para pagar todo lo que te haré”. Valora
entonces solicitar el pago por adelantado para jugar después a susurrarle al oído
nuevas proposiciones que lo obliguen a renegociar el trato.
Él desembolsará lo acordado, absolutamente entregado
y previsor tras la retirada en efectivo que esa misma tarde ha realizado, en
el cajero automático de la esquina, de la cuenta bancaria que ambos comparten. Ella
recopila mentalmente cada uno de los servicios
prestados y calcula el importe total sumando las tarifas que previamente habían
consensuado en la elaboración de las reglas del juego que desarrollan: pagar
por sexo, interpretar por una noche los roles de meretriz y cliente.
—Se ha acabado el tiempo —él amaga una protesta, que ella zanja persuasiva rápidamente—, solo dime una cosa: ¿dónde quieres terminar? Cortesía de la casa.